Stefan Molyneux, Crianza Pacífica

Prólogo

Soy plenamente consciente de que parece melodramático y exagerado escribir una introducción que es básicamente una advertencia de contenido, pero es necesario hacerla.

Este libro es la culminación de cuarenta años de trabajo en los campos de la filosofía, el autoconocimiento, la crianza y la ética.

A través de mi programa “Freedomain”, he tenido el privilegio de mantener profundas conversaciones con miles de personas sobre sus experiencias en la infancia y los efectos que el trauma de estas ha tenido en sus vidas adultas. Me contactan con la esperanza de que mi formación y experiencia en el autoconocimiento y la filosofía moral los ayude a resolver los problemas en sus vidas; espero haberles sido útil.

He entrevistado a muchos expertos en crianza, abuso infantil,  estructuras familiares, terapia y autoconocimiento; estas entrevistas también están disponibles en mi sitio web.

Yo mismo experimenté niveles significativos de abuso infantil. Fui criado por una madre soltera violenta y desequilibrada, la cual terminó siendo internada cuando yo tenía unos trece años.

Hice terapia conversacional tres horas a la semana durante casi dos años.

Al final de mi proceso terapéutico, y después de meses de intentar reparar mi relación con mi familia, decidí separarme de ellos. No he hablado con mi madre en veinticinco años. Mi padre se fue cuando yo era bebé, y tuve poco contacto con él; murió hace unos años.

He estado felizmente casado por más de veinte años y he sido padre, quedándome en casa durante los últimos quince años, cuidando de mi maravillosa hija.

Mi hija estudia en nuestro hogar, y somos parte de una comunidad verdaderamente excepcional de padres con ideas afines.

Mi hija y yo hacemos podcasts juntos, en su mayoría reseñas de películas, que también están disponibles en mi sitio web.

Ahora, la advertencia.

Este es un libro muy intenso.

He intentado escribir este libro dos veces, pero me he visto abrumado por la profundidad y magnitud de la tarea.

Cuando era niño, experimenté una constante, profunda y genuina confusión. Estaba rodeado de personas que afirmaban ser buenas, y que también decían ser expertas en identificar y castigar la inmoralidad. Mis parientes, mis maestros, mis padres, los directores de mi colegio pupilo, todos los sacerdotes que me instruían y mis vecinos: todos afirmaban tener la capacidad de identificar con precisión la inmoralidad y tomar medidas contundentes para contenerla y castigarla.

Fui castigado en la escuela, azotado en el colegio y en la iglesia, por mis padres y parientes; y todo porque afirmaban que me había portado mal y que merecía ser castigado.

Pero lo más extraño era...

Ninguno de los cientos de adultos que me juzgaron y castigaron a lo largo de mi infancia reconoció jamás que mi madre era una abusadora que golpeaba violentamente a sus propios hijos.

Podían detectar señales sutiles de rebeldía o desobediencia en mi comportamiento, castigándome de forma dura o agresiva, pero eran completamente incapaces de identificar las disfunciones mentales y morales evidentes en mi madre, de preguntarme cómo estaba, de tomar alguna acción para protegerme o de oponerse a la violencia a la que estaba sometido.

He estado luchando con esta enorme cuestión durante más de medio siglo.

¿Cómo es posible que los adultos puedan castigar a los niños por transgresiones menores –una vez fui azotado por trepar una cerca para recuperar una pelota de fútbol– pero sean completamente ciegos e impotentes ante adultos abusadores de niños dependientes e inocentes?

Cuando era niño, veía interminables películas y programas de televisión sobre héroes que confrontaban, combatían y vencían a los malos. Los héroes eran buenos, los villanos eran malos, la lucha era clara, las victorias difíciles pero seguras.

Me enseñaron sobre figuras religiosas e históricas que buscaron y lucharon contra malhechores hasta casi la muerte –y a veces más allá, sacrificándose para salvar al mundo de la inmoralidad...

Estos eran los relatos, la historia, la teología. Sin embargo, nadie en mi vida pudo detectar o actuar contra un mal claro en su entorno, incluso dentro de su propia familia, contra su propia sangre...

Expertos rastreadores afirman tener la capacidad de poner su oído sobre una vía de tren y escuchar una locomotora viniendo desde muchos kilómetros de distancia. Si un hombre afirmara tener esta habilidad y fallara en notar un tren gigante que se aproxima a toda velocidad a solo 20 metros de distancia, ¿no sería eso algo bastante extraño?

¿No sería una señal de que, de hecho, este loco?

Imaginen contratar a un guía de safari para llevarlos al corazón de la jungla a fin de tomar fotos de un rarísimo tigre blanco. Imaginen estar en el campamento antes de partir, escuchándolo hablar de todas las complicadas y misteriosas tecnicas que va a usar para rastrear a este tigre blanco, y luego imaginen que su discurso continúa sin pausa mientras un tigre blanco se acerca y se sienta a sus pies.

¡Y su guía no ve nada!

Simplemente sigue divagando, diciendo lo brillante que es para rastrear y detectar tigres increíblemente raros, ¡sin notar en absoluto el enorme animal a sus pies!

Una vez más, ¿no sería un candidato para el manicomio?

¿Confiarías en este loco para guiarte a lo profundo de una jungla sin senderos?

Este es el mundo.
El mundo de los niños.
El mundo de las víctimas de abuso.

Nosotros, las víctimas, vivimos en un mundo que asegura tener una profunda experiencia en la identificación y castigo de los malhechores, mientras recibimos severos castigos por nuestras transgresiones más pequeñas, al mismo tiempo que nuestros abusadores son invisibles, alabados o protegidos y defendidos.

Esto, por supuesto, es la razón por la cual el abuso sigue existiendo.
Los castigos morales solo se imponen a las víctimas indefensas, nunca a los poderosos agresores.

Si, en una cena familiar, una víctima adulta de abuso infantil finalmente revela los horrores que enfrentó, su familia generalmente se sentirá más molesta por las palabras de la víctima que por las agresiones pasadas del abusador.

Esta es simplemente la realidad de dónde y cómo vivimos.
Nuestro mundo está muy lejos del cielo: es un infierno para las víctimas, un paraíso sádico para los abusadores, y una especie de extraño purgatorio para los facilitadores del abuso, que vagan en una neblina de desconexión y evasión, proclamando virtud, pero castigando únicamente a las víctimas que hablan.

Muchas personas han estado esperando este libro con gran anticipación.
Estoy seguro de que los decepcionaré.
Lo siento de verdad, pero este libro tiene que ser como es.
Incontables personas me han rogado durante años que escribiera este libro, y estoy seguro de que las sorprenderé y decepcionaré al mismo tiempo.
También lo siento por eso.

Pero defiendo la necesidad de lo que aquí he hecho.
La gente espera que un libro sobre la crianza pacífica sea... bueno, pacífico, ¿no?
Tiene sentido, lo entiendo...

Pero lograr un mundo pacífico significa exponer y oponerse al mal y a la violencia.
Puedes traer la paz a un pueblo en el salvaje Oeste, pero primero tienes que derrotar a los malos, y eso no es un proceso muy bonito.

Aunque hablo de eso, este libro no trata solo de ser amable con los niños o de razonar con ellos.
Este libro promueve la crianza pacífica eliminando los obstáculos que la impiden.

Este no es un proceso bonito.
No estoy seguro de cuántas personas me escucharán, pero lo diré de todas formas…

Si has golpeado a tus hijos, te ruego que lo consultes con un buen terapeuta antes de leer este libro.
Si has gritado, descuidado o insultado a tus hijos, lo mismo.
Si tienes un trauma significativo no procesado por tu propio abuso infantil, lo mismo.
Si no tienes un corazón bondadoso y de confianza a tu lado, este libro probablemente será extremadamente desestabilizador.

Filósofos y teólogos han escrito sobre el bien y el mal durante miles de años, pero casi nunca sobre la ética y las virtudes de los niños y los padres.
Los socialistas han hablado sobre los males de las disparidades de poder –económicas y políticas– durante cientos de años, pero nunca han abordado la mayor disparidad de poder en el universo humano: la diferencia de poder entre padres e hijos.
Las feministas han hablado sobre los males del patriarcado durante décadas, afirmando que los hombres tienen poderes económicos y políticos mucho mayores que las mujeres, pero nunca han hablado sobre el poder infinitamente mayor que las madres tienen sobre sus hijos, y con qué frecuencia es mal utilizado y abusado.
Los comunistas hablan sobre cómo los dueños de los medios de producción explotan a sus trabajadores pagándoles menos del valor de lo que producen, pero nunca critican la deuda nacional, que es una explotación y esclavitud a los no nacidos –¡seguramente el mayor robo en la historia de la humanidad!

En todo el mundo, se ve esta evasión salvaje: la gente grita sus condenas morales desde los tejados, gritando en las caras de las clases abstractas, las élites políticas, los ricos y bien conectados, pero nunca llegan a las guarderías y jardines de infantes, a las habitaciones oscuras de niños ocultos y maltratados.

Se escuchan interminables diatribas contra el poder del marketing, la propaganda y los males de la publicidad manipuladora, pero ¿con qué frecuencia se reconoce siquiera la programación social infligida a niños indefensos y cautivos en las escuelas públicas?

Este libro enfrentará toda la hipocresía, mentiras y manipulaciones que habilitan y encubren el abuso de niños en nuestra sociedad.

En tu familia.

Porque –ya sabes...
Conoces a algún niño en tu entorno –que tal vez ves todos los días– que es tímido, evasivo y tembloroso, como si estuviera aplastado bajo el peso de una carga invisible.

Y por supuesto, lo está…

La carga no es principalmente el abuso que él o ella está sufriendo, sino tu silencio y evasión.

Nuestra sociedad está configurada de tal manera que es muy difícil saber qué hacer en situaciones de abuso infantil. Si tratamos de proteger al niño, eso podría provocar aún más al abusador, quien todavía mantiene el poder sobre el niño indefenso.
Si confrontamos al abusador, lo mismo.

Solía pensar que todos los adultos a mi alrededor no me protegían porque tenían miedo de provocar aún más a mi madre; soñaba que esperarían hasta que yo fuera independiente, libre de ella, antes de sentarme y contarme sus razones por no haberme ayudado.

Me separé de mi madre cuando tenía quince años.
Trabajé tres empleos, acogí a compañeros de cuarto, pagué mis cuentas, construí mi camino.
Estaba liberado.

A veces miraba el teléfono, mi polvoriento teléfono rojo con dial rotativo, esperando que sonara, esperando que las explicaciones llegaran.
Nada…

Esperé mucho, mucho tiempo.
A mis veintitantos años, mis parientes vinieron de visita a la ciudad para una boda familiar, pasé días con ellos, esperando una palabra, un reconocimiento – una disculpa, tal vez.
De nuevo – nada…

Han pasado treinta años desde entonces – todos están muertos ahora.
Estoy bastante seguro de que ese viejo teléfono nunca sonara.

Pero me han ayudado, de alguna manera – y a través de su ayuda, espero ayudar al mundo.

Cuando era niño, los adultos a mi alrededor no me sermoneaban ni me castigaban porque tuvieran comprensión moral, una capacidad clara para identificar las malas acciones, y una fuerte voluntad para corregir la inmoralidad; había otra razón completamente diferente…
Hablaré de eso más tarde.

Puedes acompañarme, si te atreves.
Pero no será bonito.

Las figuras de autoridad de mi infancia no estaban esperando que fuera adulto para decirme lo mal que se sentían por el abuso que sufrí.
O no se dieron cuenta, o no les importaba.
Es inaceptable.

Una familia solía acogerme regularmente, como un refugiado de la violencia, y se encontraron con mi madre muchas veces.
De nuevo, a mis veintitantos años, me reuní con esta familia otra vez, y la madre me preguntó, con gran simpatía y ternura, “¿Cómo está tu pobre madre?”

Realmente asombroso.

Recuerdo – incluso cuando era niño – que pensé que, si alguna vez alcanzaba alguna clase de prominencia pública, haría todo lo que estuviera a mi alcance para ayudar a las víctimas de abuso infantil.

Aunque personalmente he confrontado a padres agresivos en público, la mayor parte de mi trabajo ha sido por internet, escuchando a miles de víctimas adultas de abuso infantil, empatizando con ellas y proporcionando claridad moral sobre sus desesperadas situaciones.

¿Cuántos de ellos me han dicho alguna vez que los adultos en sus vidas intentaron ayudarlos cuando eran niños? La respuesta ha sido dolorosamente consistente. Cero.

Ningún adulto en sus vidas – pasadas o presentes – ha mostrado la menor pizca de conciencia, comprensión o simpatía por el abuso que sufrieron como niños, ni siquiera los adultos que presenciaron directamente ese abuso.

Durante 18 años, he tenido un canal abierto para cualquiera que quiera hablar sobre cualquier tema filosófico que tengan en mente. He invitado a debates sobre ética, metafísica, epistemología, libre albedrío – lo que sea. Cualquier tema es bienvenido.

Y – ¿de qué quieren hablar las personas, cuando pueden hablar de cualquier cosa?
Casi siempre, de su infancia.

A veces siento que soy la única persona en el mundo que siempre escuchará, empatizará y proporcionará claridad moral a aquellos que han sufrido a manos de malhechores.

Nunca le digo a nadie qué hacer, por supuesto – soy un firme creyente en el libre albedrío, y nunca trataría de que alguien sustituya sus pensamientos por mi juicio.
Les doy un automóvil, pero nunca les digo a dónde conducir.

La moralidad sin control – la moralidad que informa y libera, en lugar de avergonzar y castigar – puede ser profundamente perturbadora.
Si aún no entiendes esto, lo harás en el transcurso de este libro.

Te digo esto: si decides leer este libro, rápidamente te darás cuenta de por qué nunca se ha escrito antes.

Los argumentos no son complicados – la claridad moral es simple.

Este no es un libro que detalla las matemáticas de la física cuántica, las salvajes contradicciones de la teoría de cuerdas, o cómo navegar las leyes fiscales hipercomplejas – o cómo equilibrar los intereses personales, la aceptación social y la integridad moral.
Este es un libro que incluso un niño puede entender.

Este es el libro que tu niño interior ha estado esperando.

Siempre me ha impresionado el hecho de que Sócrates nunca usara lenguaje técnico cuando discutía filosofía con la gente – por ejemplo, no se puede encontrar un solo ejemplo de él usando la palabra “epistemología”.
Aunque ciertamente he escrito obras más técnicas de examen filosófico, me he esforzado por mantener este libro tan claro y accesible como es humanamente posible.

No tiene sentido escribir un manual moral complejo para la mejora del mundo en su conjunto.

Normalmente escribo en párrafos bastante largos – este libro está compuesto principalmente por puntos clave. De hecho, balas.

Si fuiste abusado como niño – y la mayoría de los niños en el mundo lo son, esa es la realidad del mundo – entonces tienes mis más profundas y sentidas condolencias.
Estuvo mal, es inaceptable – ¡y debe cambiar!

Nadie estuvo allí para mí, y eso es una verdadera lástima.

Algunas personas infligen su dolor al mundo – otras proporcionan lo que les fue negado.

Lo siento mucho por tu dolor – fue horriblemente injusto.
Lo siento mucho que – lo más probable – nadie te haya ayudado, o lo haya notado – ni en el pasado ni ahora.
Lo siento mucho que nadie haya estado allí para ti.

Con este libro, puedo estar aquí para ti.
Aquí para ti, ahora.

Es hora.

Comencemos.

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